La Fuent del Álamo

Historia del yacimiento arqueológico

La primera mención a Fuente Álamo se encuentra en un documento fechado en Sevilla el 22 de Febrero de 1263 en el que Alfonso X el Sabio aprueba el deslinde de términos entre Castillo Anzur y Lucena, Benamejí, Estepa y Aguilar. Para resolver los pleitos y contiendas entre los nuevos dueños del territorio, Señores, Iglesia y Órden de Santiago: “pidiéronnos merced que les diéssemos omnes bonos christianos e moros que sopiessen los términos destos logares commo fueron en tiempo de moros, e que los departiessen e los amoionassen”.

Y es así como en la partición entre los Castillos de Aguilar y Castillo Anzur se dice: “E el onzeno moión ua a moión cobierto a la cabeza de la Fuent del Alamo. E á ý otro moión en una atalaya pequenna en medio”. Más tarde, en 1742, un erudito local, Pedro Muñoz de Aguilar mencionaba lo siguiente en su correspondencia con un reputado coleccionista e ilustrado cordobés: “… a tres cuartos de legua largos de La Puente está La Fuente del Álamo…en dicho sitio se descubrió una cañería de plomo que se siguió por algún trecho y se sacó buena porción, y así en él como en el de Astapa han hallado monedas de plata…”.

Sin duda, todo ello debió ser conocido por los eruditos decimonónicos que imbuidos de su pasión por la historia y las antigüedades realizaron en el último tercio del siglo XIX distintas “exploraciones” de las que dieron cumplida memoria a la Real Academia de la Historia. Antonio Aguilar y Cano o los hermanos Agustín y Manuel Pérez de Siles protagonizan esta etapa de descubrimientos en Fuente Álamo. Uno de ellos, en 1894, narraba así cuál era el grado de conocimiento popular del lugar: “De muy antiguo, tanto como el recuerdo de las personas más ancianas podía alcanzar, se sabía que en Fuente Álamo era frecuente el hallazgo de esos ricos y artísticos pavimentos. Los trabajadores del campo, cuando allí labraban, los cazadores que registraban la tierra en busca de piezas que cobrar, los viajeros que cruzaban el camino que de Aguilar conduce a Puente-Jenil, los pastores que oteaban por aquellos sitios, y aún los habitantes de aquellos caseríos, que iban por agua a la renombrada fuente de que toma nombre el pago, solían encontrar y mostraban luego a los curiosos las cortadas piedrezuelas de color que habían arrancado de algún trozo de mosaico puesto al descubierto por los instrumentos de labranza o por la acción de las aguas”.

Sin embargo, la disolución de este grupo de eruditos locales hizo que, poco a poco, Fuente Álamo desapareciera de la literatura histórica. No así de la memoria de cuantos transitan por el paraje o visitan sus pagos. Tampoco de los operarios que continuamente realizan reparaciones y nuevos encañados para llevar sus aguas a la población de Puente Genil, ni de los que cazan aves con red en las aguas del arroyo o de los jóvenes que a principios de los años setenta del siglo XX acampan en el paraje de la mano de la Organización Juvenil Española (OJE).

Todos sin excepción se encuentran con la realidad de un yacimiento arqueológico en el que, aquí y allá, existen multitud de restos dispersos en un amplio radio, y del que dejan constancia transmitiendo la información de sus “descubrimientos” de manera oral o atesorando en sus casas, fragmentos de mosaicos, ladrillos, tégulas, monedas o cañerías de plomo.

Finalmente, será con motivo del I Congreso de Historia de Andalucía cuando Fuente Álamo vuelva a aparecer en la bibliografía científica de la mano de uno de sus grandes conocedores, Luis Alberto López Palomo. El arqueólogo pontanés ponía de manifiesto su importancia historiográfica y la necesidad imperiosa de salvaguarda del yacimiento. Pero será la acción de las aguas, el expolio y la inminente pérdida de varios pavimentos musivos lo que motive sendas intervenciones de urgencia en los años 1982 y 1985.